Hay veces que cuesta trabajo renovar la ilusión de cada día. Como si la relación con los otros no fuera a traer novedad alguna. Como si mejor fuera vivir uno en la soledad y encontrarse solo consigo mismo.
Pero eso sería una vida imposible, una vida irreal. Los otros están contigo y conmigo en todo momento. No solo en la familia y en el trabajo, sino a cualquier lugar donde vayas. Por eso la relación con los demás es fundamental. Pero uno, escamado ya de tantas decepciones con los otros, lo sigue haciendo, sí, pero con algo de distancia.
Sin embargo, de aquellos con los que me veo a diario no pienso mal. De aquellos con los que habitualmente trato. Como en todo no se puede hacer generalizaciones. También hay excepciones. Ayer se cruzó en mi camino el correo electrónico de alguien con quien debo relacionarme de vez en cuando y fue como si me diera un algo raro verlo aparecer en la pantalla. Cuando le leí, yo creo que me dio un retortijón en el estómago. Los hay que se te cruzan en el camino, y te cuesta trabajo caminar con ellos, cuando no puedes pasar del todo. Como si quisieran controlarte. Como si quisieran demostrarte en todo momento que son más perfectos que tú.
Sin embargo, luego analizo fríamente todas esas primeras reacciones primarias y espontáneas que surgen en mí e intento relajarme. Si no hay evidencias claras y contundentes de que quieren empujarte, sigue caminando, con cuidado y con realismo. Que la vida, amigo, siempre es un boomerang, y no solo se relanza contra ti sino también contra el que quiere empujarte. Alguien vendrá que lo empujará a él, y con creces.
Por eso, descartando lo descartable, sigo teniendo unos cuantos amigos, en los que confío y de los que me siento cercano. Me siento débil y tocado por la fragilidad en cuanto a las relaciones con los demás, por los toques recibidos, pero con una gran vitalidad interior de ser capaz de renacer de las cenizas.
Quizá la pasión que he puesto por la vida, por las causas justas, por temas como la libertad o el que todos somos iguales, son cosas que quedan prendidas en tu interior, y salen, como si de flotador se tratara, para que nunca te dejes hundir por las olas que te amenazan con su bravura, o que, más bien, uno cree que le amenazan. Porque las olas son también un espacio del paisaje, que le da vitalidad y bravura, como la vida misma.
Por eso sigo siendo tozudo, y de la vida me quedo con lo bueno que me ha pasado, con todo lo bueno que me ha venido desde pequeño hasta hombre maduro. Mañana, Dios mediante, tendré ocasión de celebrarlo una vez más. He quedado con un viejo amigo de los años jóvenes y comienzos de la adultez. Creo que hace veinte años que no hablamos, salvo alguna llamada telefónica o un correo electrónico. Y nos hemos dicho, ¿por qué no nos sentamos y charlamos largo y tendido?. Será, no me cabe duda, una ocasión más de vivir la vida, y dar al traste con aquellos que solo quieren vivir la suya, medrando por encima de los demás y de ti mismo.
2 comentarios:
Buenísima reflexión la que queda al final de la nota....Después de todo, hay puede arrogarse ser el dueño de la verdad? La vida tiene más de incertidumbres que de certezas, por eso es maravilloso dejarnos fluir a las emociones, darnos un abrazo con un viejo amigo y vivir el cambio como una dinámica que siempre nos aporta el aire fresco de la esperanza.
Éxitos en el encuentro!!!!
Y es que muchas veces en la relación con los demás, es donde más profundamente se puede sentir la soledad, aunque también en la amistad se encuentra, y de qué manera, el consuelo que el corazón humano necesita.
Sin olvidar, por que no se puede olvidar, lo que San Agustín decía:
"nos hiciste, Señor para Tí ... y nuestro corazón estará inqueto hasta que descanse en Tí"
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