jueves, 28 de febrero de 2008

Decálogo para un tiempo de elecciones



DECÁLOGO PARA UN TIEMPO DE ELECCIONES

Llegan las elecciones y toca pensar en qué hacer para que nuestro comportamiento se corresponda con el de un ciudadano responsable, con el de un cristiano comprometido con su tiempo. Por eso, desde las líneas que siguen, queremos ofrecer, como en otras ocasiones, elementos para el análisis y la reflexión sobre el comportamiento de candidatos y electores.

Así, te presentamos un decálogo que, contra las posturas más habituales, ofrece la alternativa de un mejor comportamiento:

1. El tiempo de elecciones es un tiempo en el que florecen las ofertas, las gangas... Como en un mercado, los candidatos ofrecen todo un conjunto de beneficios o ventajas para el consumidor, para el elector, muchas veces, no como fruto de las posibilidades que contienen sus propios proyectos, sino simplemente para mejorar la oferta del adversario.

Por ello, estimamos que, contra la promesa fácil de los candidatos, el elector debe considerar la confianza que le inspire su compromiso para el cumplimiento responsable de los programas y la valoración de su comportamiento.

2. El tiempo de elecciones suele ser ocasión para la descalificación y el insulto a los contrarios, simplificando los mensajes y utilizando etiquetas que ya deberían estar superadas como, izquierdas versus derechas, reaccionarios-progresistas, fascistas-antifascistas...

Por ello, desde una actitud respetuosa con los oponentes, contra el vicio de la descalificación y el ataque al adversario, debemos valorar un comportamiento centrado en la defensa y la justificación de los propios programas.

3. Hoy vivimos un tiempo en que, a falta de convicciones y valores más profundos y contrastados, se percibe una credulidad y simpleza generadora de hombres y mujeres cándidos y fáciles de seducir. Por ello, contra la admiración excesiva, simple y poco crítica de los líderes avalados por los medios de comunicación, proponemos el apoyo de trayectorias comprometidas con la mejora de los derechos de todos.

¿Y qué mejor contraste y de mayor confianza para los cristianos que la evaluación de esas trayectorias a la luz del Evangelio?

4. También echamos de menos en estos días de campaña, caracterizados por un ambiente de mayor crispación, que con frecuencia cae en el insulto, la serenidad de una crítica reflexiva de las posiciones del adversario.

La crispación nace de entender que la mejor defensa de nuestras “verdades” se logra destacando los “errores” del otro; por el contrario, la serenidad nace del fundamento y la confianza en nuestros propios argumentos. ¿A qué obedecerá la actitud de quienes desean ganarse el favor de los electores suscitando la crispación, sino a la debilidad de sus propios argumentos?

5. Llegado el día de las elecciones, contra la irresponsabilidad o el pasotismo de quienes se abstienen, y desde la defensa del compromiso social del cristiano, nos parece obligada nuestra participación, al menos como votantes. Antes de denostar la política y los políticos, debemos pensar que son indispensables para la democracia y que son un reflejo de la sociedad y de todos nosotros.

Elegir es una acción indelegable, y parece aconsejable para el mejor gobierno, que la fuerza política ganadora nos represente a “todos”, no sólo a sus votantes y afines. Por ello, contra la abstención, parece recomendable el ejercicio responsable del derecho y la obligación de participar, incluso con el voto en blanco.

6. En un tiempo de superficialidad, contra el voto fácil y visceral, ¿qué mejor respuesta que la reflexión y el análisis de los programas ofrecidos?

Es obligación del cristiano ahondar en los programas electorales y no quedarse en los titulares, porque la profundización es un vehículo de paz

7. Insertos en una cultura que exalta el éxito, la suerte y el saber aprovechar las oportunidades, contra el “oportunismo” de quienes calculan la ocasión conveniente, anteponiéndola a la defensa de la verdad y la justicia, el ciudadano responsable debe oponer un voto soportado en convicciones ideológicas y morales, así como en la valoración de la ejecutoria de quienes reclaman nuestro voto.

8. Tras el recuento de votos, antes que el reconocimiento de las virtudes del contrario, los ganadores ponen énfasis en la exaltación de su victoria. ¿No sería mejor ponderar las dificultades de un triunfo en buena lid que destacar los defectos del contrario?

Un comportamiento de esta naturaleza, denotaría el respeto que nos merece el elector como ciudadano que decide y la limpieza del proceso, por encima del desprecio que nos merece el contrario.

9. Por su parte, los perdedores, contra el reconocimiento de la victoria de quienes han merecido la confianza de los votantes, hacen una interpretación interesada de los resultados, maquillando su derrota.

¿No sería más honesto reconocer que, en democracia, la mayoría obtenida procede del legítimo derecho de todo ciudadano a expresar su opinión?

10. Por fin, pasadas las elecciones, ¿contra la exclusión del derrotado, no sería aconsejable la invitación a su participación en las tareas públicas de mayor trascendencia como la educación, la política antiterrorista, la planificación de recursos hidráulicos...? ¿No sería aconsejable tener claro que la “cosa pública” es de todos, que el alcance de estas actuaciones supera a la legislatura y que deben construirse sobre el consenso y el interés de todos?

Y agotado el decálogo, concluimos haciendo un par de observaciones, de mayor interés en la medida en que nos sintamos miembros de una Iglesia comprometida con el reino de Dios en la tierra:

· Parece obligado para los cristianos, constatar desde la práctica, el respeto y promoción de los derechos individuales y sociales a la luz del Evangelio.

· Y de igual modo, siguiendo siempre la recta conciencia, procurar conocer directamente la orientación de la Iglesia sobre las elecciones, sin quedarse en los titulares o frases aisladas.

Febrero 2007

Justicia y Paz- Tenerife

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