Hay quienes piensan que la historia se divide en dos grupos de personas: los buenos y los malos, como si todo fuera de un color o de otro. Y esos mismos cuentan también a veces que los malos serán castigados, o que los que tienen fallos irán siendo marginados en la cuneta del camino por donde nos toca andar. Aunque todos, buenos y malos, hayamos venido del mismo hombre y mujer, de la evolución que tuvo un principio común.
Vinieron tormentas y sequías, tiempos buenos y tiempos malos, cosas que no dependían de nosotros. Se sucedieron las noches y los días. Unos se dedicaron a caminar, otros se sentaban viéndoles a la orilla del camino, los más se evadieron e intentaron largarse de aquello que estaba sucediendo. Y mientras lo que sí crecían eran desiertos con bosques, montañas con ríos, aunque unos y otros en un momento determinado se unían e iban desapareciendo para convertirse en tierra que daba fruto. Y en medio de todo ello seguían aquellos a quienes desde un principio habíamos dividido en buenos y malos. Tal vez según un criterio individual: los que no pensaban como nosotros, no tenían nuestros propios intereses, no actuaban igual, los íbamos marginando y poniendo en el otro bando. Por eso, de aquel hombre y aquella mujer primeros, hubo siempre buenos y malos, pobres y ricos, gente asentada en la sociedad y gente marginada. Sin darnos cuenta que todo y todos llevamos algo mezclado de lo uno y de lo otro.
Pero en medio de esa llanura, a veces desolada otras llenas de verdor, siempre iban pasando jinetes con elegancia que nos recordaban que todos éramos iguales, que teníamos la misma dignidad, y que más valíamos cuanto más considerábamos a las personas y sanábamos a los que estaban enfermos. La noche seguiría siendo noche, el día seguiría iluminando, el frío no cesaría y el calor vendría de vez en cuando, sobre todo cuando arropábamos al necesitado, cuando lográbamos que nadie quedara excluido de los bienes de la sociedad, cuando nuestras críticas fueran para transformar el yermo en lugar habitable. Y junto a esos grandes jinetes –filósofos, humanistas, hombres espirituales, buenos políticos (Aristóteles, Tomás de Aquino, Jesús de Nazaret, Ghandi, Luther King, y otros más recientes en la historia moderna) surgieron muchas personas anónimas que, a pesar del empeño de la todavía multitud, por dividir al mundo entre buenos y malos, se mezclaban entre ellos para hacer ver que nadie debe calumniar a nadie, que nadie debe marginar a nadie, que todos somos lo mismo. Y una larga lista de escritores, pensadores, humanistas, políticos, gente de base social en organizaciones, asociaciones, lugares de recreo siguen creciendo para hacer desaparecer la calumnia y la maldad, la injusticia y la fealdad, la división entre los humanos. Bienvenidos todos ellos y que no desaparezcan, sino que su ejemplo nos vaya contagiando. Están presentes en la vida real y en la virtual. Como también en esas dos vidas ya unidas entre si siguen habiendo los que van dividiendo según sus intereses personales. Sin darse cuenta que los que quieren dividirnos, están ya ellos divididos en su propio interior.
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