Creo que me estoy convirtiendo en un hombre gris, pero aún estoy rodeado de motivos pop, almíbar de los sesenta, hippies, estampados azules, remendados de payaso, retinas irisadas de amor, almas de tejido femenino… ventanas para ser feliz de cualquier modo.
Cuando el nublado de marzo mayea en los cielos que me limitan, un río vertical de bálsamos grises pretende incorporarse al misterioso tráfico que circula por mi organismo. La ilusión que brota sobre mi ánimo como brotan los segundos en un reloj, el tesoro de mi voluntad, mis ganas de vivir, todo se está impregnando, ajeno a mí, de los cirros y cúmulos del desaliento. Pero aún conservo los paragrises que he ido almacenando en la longitud de la vida, los impermeables para la tristeza –intristeables se llaman-, que descansan en los armarios de mi alma.
Me niego a ser un hombre gris. Prefiero ser la púrpura sombra de una mujer embarazada bajo un árbol pleno de cerezas. La oscuridad esperanzadora de un túnel uterino.
Sé lo que voy a hacer: voy a disparar con la mirada y el grito, los soles y la clorofila verde que me dieron en el amor, para ahuyentar la podredumbre de los nubarrones que quieren envolverme con el empuje de un viento fatal.
PEDRO PABLO DÍAZ ESPADAS
Cuando el nublado de marzo mayea en los cielos que me limitan, un río vertical de bálsamos grises pretende incorporarse al misterioso tráfico que circula por mi organismo. La ilusión que brota sobre mi ánimo como brotan los segundos en un reloj, el tesoro de mi voluntad, mis ganas de vivir, todo se está impregnando, ajeno a mí, de los cirros y cúmulos del desaliento. Pero aún conservo los paragrises que he ido almacenando en la longitud de la vida, los impermeables para la tristeza –intristeables se llaman-, que descansan en los armarios de mi alma.
Me niego a ser un hombre gris. Prefiero ser la púrpura sombra de una mujer embarazada bajo un árbol pleno de cerezas. La oscuridad esperanzadora de un túnel uterino.
Sé lo que voy a hacer: voy a disparar con la mirada y el grito, los soles y la clorofila verde que me dieron en el amor, para ahuyentar la podredumbre de los nubarrones que quieren envolverme con el empuje de un viento fatal.
PEDRO PABLO DÍAZ ESPADAS
3 comentarios:
Pedro: Cuando leí por primera vez tu texto, de inmediato pensé que tendría que ser apreciado por más personas. En este blog encontrarás amigos sensibles a las palabras que nos regalas. Cada renglón nos dice esa manera de llevar una batalla interior y cómo aferrarse a los recuerdos y motivos presentes para no vencernos por nada.
Un abrazo especial.
Tere García Ahued.
Hola Pedro,me encanta que después
de ese andar y desandar de emociones,te niegues a ser un hombre gris...ese no es mi color.
Mejor sigue rodeado de estampados azules y has que la ilusión siga brotando para que los nubarrones no te envuelvan.
Bienvenido
Nelly
Ser un hombre ó una mujer "gris",
no es pasar desapercibido en la vida, no es carecer de cualidades extaordinarias que nos hagan distintos, no es no tener un buen puesto en la sociedad ...
Yo entiendo por ser gris, el ... carecer de ilusiones, el tener un espiritu mezquino y egoista, el vivir con los ojos puestos en uno mismo ... todo ello compatible con brillar en la sociedad
No me gusta el "gris", y aunque mi vida y mis condiciones no sean luminosas, puedo tener otro color
Maria Consuelo
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