Tempranito, desde la mañana, cuando hemos salido a la calle y hemos visto la prensa con sus grandes titulares en los kioscos o en las manos de los que pasaban a nuestro lado, la vida parece haberse teñido de duelo. De un duelo que a todos nos impresiona pero que, a fuerza de repetirse, parece que a nadie le importa. Son cosas que no se entienden, que no entran en los límites de lo razonable. Dos madres que matan a sus niños pequeños. Una que asfixia a su hijo pequeño de cinco meses mientras dormía, y otra que lo tira por un risco con apenas cuatro meses, aunque en este casó aún, al menos, no ha muerto. Depresiones post parto, enfermedades apuntan a las causas que están por detrás.
No puede uno menos que hacer una mirada dolorosa a la realidad. Y una mirada reflexiva que nos recuerda que alguien olvidó esas enfermedades de las susodichas mamás. La niebla del caso nos impide ver con claridad. No hay explicaciones. ¿Podría haber previsiones? ¿Las podría haber calculado alguien? Todos los días asistimos en esta sociedad a espectáculos similares donde los protagonistas, que somos nosotros mismos, la propia sociedad, parece padecer de locura, como si fuéramos un árbol que, no siendo otoño, se va desprendiendo de sus hojas. Se siguen rompiendo espejos, se siguen quemando tejados, nos vestimos de negro, y siempre los que no tienen culpa son los que pagan. Esta vez niños de pocos meses. Todavía no habían aprendido a decir mamá.
En cualquier parte del mundo, por otros motivos y con otras edades, hoy siguen calcinándose personas, cuerpos de gente, condenando a otros con la pena de muerte y disponiendo de la vida de los demás. No importan sus nombres ni su procedencia. Son seres humanos. ¿Debemos seguir espantándonos? ¿O hemos puesto un límite al espanto?. En medio del horror de las cosas que no llegamos a entender solo se me ocurre una pequeña reflexión, unas pocas palabras: que la mayoría no seamos indiferentes, y que no aprendamos a mirar para el otro lado del sufrimiento sin intentar buscar soluciones al mismo. Eso también es estar del lado de la vida. Que a todos nos importe, o a la gran mayoría, al menos.
No puede uno menos que hacer una mirada dolorosa a la realidad. Y una mirada reflexiva que nos recuerda que alguien olvidó esas enfermedades de las susodichas mamás. La niebla del caso nos impide ver con claridad. No hay explicaciones. ¿Podría haber previsiones? ¿Las podría haber calculado alguien? Todos los días asistimos en esta sociedad a espectáculos similares donde los protagonistas, que somos nosotros mismos, la propia sociedad, parece padecer de locura, como si fuéramos un árbol que, no siendo otoño, se va desprendiendo de sus hojas. Se siguen rompiendo espejos, se siguen quemando tejados, nos vestimos de negro, y siempre los que no tienen culpa son los que pagan. Esta vez niños de pocos meses. Todavía no habían aprendido a decir mamá.
En cualquier parte del mundo, por otros motivos y con otras edades, hoy siguen calcinándose personas, cuerpos de gente, condenando a otros con la pena de muerte y disponiendo de la vida de los demás. No importan sus nombres ni su procedencia. Son seres humanos. ¿Debemos seguir espantándonos? ¿O hemos puesto un límite al espanto?. En medio del horror de las cosas que no llegamos a entender solo se me ocurre una pequeña reflexión, unas pocas palabras: que la mayoría no seamos indiferentes, y que no aprendamos a mirar para el otro lado del sufrimiento sin intentar buscar soluciones al mismo. Eso también es estar del lado de la vida. Que a todos nos importe, o a la gran mayoría, al menos.
1 comentario:
Armando.
Los sucesos trágicos nos impactan emocionalmente.
Es muy triste lo que narras.
Así está nuestra sociedad con una pérdida de valores incalculable.
Se ha descuidado la parte afectiva
que trae como consecuencia un desequilibrio mental especialmente en muchas madres.
Quiza todos tengamos un poco de culpa.
Nelly
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