La manifestación por la familia tradicional cristiana se adornó de banderas españolas y algún que otro sagrado corazón. En ella, San Rouco Varela habla de "una marcha atrás en los derechos humanos". Ya podrían hablar de los miles de sacerdotes que desean unirse en sagrado matrimonio, de miles que se han salido de la iglesia para vivir o casarse con sus compañeras. ¿No son familias destruidas o mortificadas a los que se les ha hecho la vida imposible? Ah, la familia cristiana tradicional. ¿Me pueden decir cuántos sacerdotes han sido víctimas de la santa iglesia, la cual hace descansar su identidad en la negación de los múltiples tipos de familia que los estudios e informes sociales confirman como una realidad ya establecida y que tiende a más versatilidad aún?
Definitivamente, hay una España que no quiere morir o está mal enterrada: la España de la iglesia apostólica y más romana que nunca, pues hay otra iglesia realmente sensata y social, que es administrativamente prisionera de la primera, pero políticamente más evolucionada y que no es guardiana más que del templo de las miserias humanas y las injusticias sociales que hacen sufrir a una gran parte de la humanidad, bautizada o no, arrimada o casada, etc.
Definitivamente, hay una España que no quiere morir o está mal enterrada: la España de la iglesia apostólica y más romana que nunca, pues hay otra iglesia realmente sensata y social, que es administrativamente prisionera de la primera, pero políticamente más evolucionada y que no es guardiana más que del templo de las miserias humanas y las injusticias sociales que hacen sufrir a una gran parte de la humanidad, bautizada o no, arrimada o casada, etc.
Cabría postular un jugoso sociopsicoanálisis de la presencia de asignaturas de religión en la escuelas, incluso en la propia universidad, cuando cada vez hay más matrimonios civiles, menos asistencia a las iglesias, menos vocaciones, más relaciones prematrimoniales, más parejas de hecho, más actitudes de indiferencia hacia la religión entre los jóvenes.... Pero piden más dinero a las arcas del estado cuando no han sabido ocuparse de su lánguida clientela.
El personaje de Unamuno, el párroco San Manuel, vivía una mentira, la de su propia fe en dios. Pero sus actos son los de un hombre bueno que sólo hace el bien y más, desde correr y jugar con los niños hasta cuidar al pobre Blasillo o realizar las duras tareas de un campesino. Este personaje de Unamuno está en las antípodas de los prohombres de la élite católica en España, porque éstos mienten para servirse a sí mismos y no están al lado de la vida dura del pueblo, mientras San Manuel procura consuelo, compasión y está codo a codo con los pobres y necesitados.
Con otro Manuel, Manuel Alemán, aprendí a ver a las iglesias, a todas, como productos humanos, productos de la cultura como él decía. De ahí que la denominación “fe y cultura” le chirriara, pues la fe no se contrapone a la cultura, como si fuera de otro mundo. Y, desde luego, decía, siendo cultura está sometida a la discusión y al debate, único antídoto contra el borreguismo y el caciquismo moral. La iglesia de las injusticias sociales y de la lucha a favor de los desposeídos, la de la teología de la liberación, incómoda: ser cura de izquierda y muy rojo, es una actitud política prohibida, no así el serlo de derechas y muy azul. La diferencia está en que los primeros provocan cambios sociales y tomas de conciencia, mientras que los segundos reproducen el oropel, las jerarquías y la dominación social bajo la disimulada pátina de una compasión de diseño comercial.
Ahora triunfa el fundamentalismo cristiano para muchos desorientados y algún despistado, que, en estos momentos históricos de incertidumbre e inseguridades, de fragilidad de los vínculos comunitarios, se postula como comunidad, la única, la que devolverá el sentimiento perdido. Así, la familia se convierte en un reclamo de la marca comercial católica, en estos tiempos de pérdida del sentimiento comunitario, porque…¿A quién no le gusta estar dentro del anillo protector del grupo? Lo malo es que la modernidad ha traído otras marcas y otras propuestas de vivir en familia que están más adaptadas a las nuevas necesidades emocionales de las personas.
Las agencias de viaje del vaticano ya no tienen como requisito hacer votos de pobreza, pues para hacerte santo o darte un billete para viajar al cielo basta que acudas a sus manifestaciones o digas amén a todo lo que viene de arriba, de las jerarquías, que, en sus diferentes niveles y grados han sabido colocarse en diferentes instituciones, de la banca o de la educación pública. El vuelo de estos halcones de sacristía, que no por tener sus nidos en los sagrarios pican menos, sino que, más bien, pecan más de pecado social, contrasta con esa otra iglesia que no vuela para ir de cacería, sino para descender y ayudar a quienes padecen sufrimiento social, olvidados por quienes ahora están instalados en el pecado social.
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