jueves, 10 de enero de 2008

A mis abuelos emigrantes



Homenaje permanente en mi corazón.

Con la caja vacía de pañuelos faciales y los ojos hinchados de mi propio Atlántico vertido en la sala de casa mientras escuchaba una cinta con voces y cantos de mi familia paterna de hace tal vez más de treinta años, intento abrir más los párpados que me imposibilitan mirar qué escribo. He llorado demasiado, pero lo necesitaba. Este llanto ha sido trascendente porque toda esa morriña que tengo por mis raíces gallegas, hoy a veinticinco años del fallecimiento de mis abuelos, me conmoví cuando me costó tanto poder distinguir en la cinta sus particulares voces entre un grupo de gentes, tal vez vecinos de la aldea o familiares que en torno a una mesa, una fogata y una fiesta con gaitas, se reencontraban o simplemente sabían el valor de la vida sencilla y feliz cuando juntos estaban.


Intenté mirar si a través de mi piel podría reconocer cada gota de sangre y genes que hoy me conforman y que son partes de cada bisabuelo, abuelo, y mis padres, pero que saltando una generación, de pronto me encontré inmersa en esa fiesta, en una época, expectante, como un fantasma que no sabían les rondaba mientras sus palmas y voces amenizaban su verbena.


El eco de loza, cubiertos y copas, de momento alguien haciendo mención sobre el caldo, el jamón, el pulpo, el vino tinto o las patatas. Gaiteros tocando en las mesas lejanas y a medida que corre la cinta se aproximan hasta ellos, entonces cantan hombres y mujeres, resalta la buena voz de la abuela y siento desmayo cuando escucho cada canción casi de cuna, porque no existe otra explicación sino esta para entender la causa de mis emociones, para entender cómo sin haber escuchado por tantos años todo esto, me basta haberlo hecho ahora para cantarlas, para tenerlas frescas en la memoria como si ellos apenas se hubiesen ido de mi lado, de nuestro lado.


Entonces el abuelo eterniza ese momento grabándolo en una cinta que hoy me tiene con el llanto imparable, y se vuelve casi vivo cada recuerdo que él me contaba. Son estas fiestas, el amor a su tierra, a sus montañas, lo que hoy he comprendido, porque la vida no nos permite a veces honrarles en vida y por eso les lloramos tanto a su muerte.


Y ahora debería construir un monumento al emigrante, no solo en mi alma, sino en esta tierra mexicana que hace tantos años acogió a mi abuelo, quien dejando todo se embarca con un sueño por el que llora y lucha, pero al paso de los años le permite cosechar con alegría y todavía más esperanza.

Aquí está todo por lo que él lucho. Amó tanto a este nuevo país, que se hizo presente en su retorno a Galicia, cuando su propia madre le invita a que cante una canción mexicana, y entonces " Caminos de Guanajuato ", " Cielito lindo " y esa tuna de Guadalajara que juro debió comerse aunque se espinó la mano, tal como dice la canción, le debieron confundir los sentimientos, pues volvía a su tierra gallega, como tantos injustamente llamados " indianos ", con el corazón partido, tal vez queriendo mezclar un puño de cada una de sus tierras, sin saber si volver o quedarse, sin comprender por qué la piel se le desgarraba en uno u otro caso.

Mi abuelo era un hombre especial, valoró la importancia de preservar ese momento, de traer a México, ese trozo de fiesta, de unión familiar y de la suave voz de su madre a la que no pudo ver antes de morir. Sabía que esto era valioso, pero no imaginó lo que esta tarde ha provocado en mí, cuando tanta falta me hace, cuando se quedaron sueños inconclusos, cuando nos faltó caminar por las veredas, el río y comer castañas bajo la higuera.

Ahora entiendo de golpe muchas cosas, la importancia de vivir cada momento, de luchar incansables por lo sueños, de hacer una fiesta de una comida familiar, cantar canciones para que no mueran las tradiciones, filmarse, grabarse, dejar eternizados momentos de hoy para siempre, justo para que alguna vez después de años y generaciones, alguien, valore, llore e intente hacer un monumento y homenaje permanente a esos hombres y mujeres que son parte de nuestra historia, de nuestro árbol de vida.


Honro a cada emigrante que como mis abuelos, transmiten a sus generaciones tanta riqueza cultural, tantas tradiciones y sentimientos que de ser sembrados en un corazón abierto, no morirán jamás.

Tere García Ahued.

2 comentarios:

teresa coraspe dijo...

Busqué el blog por el envío que recibí de Armando Quintana a mi correo electónico; recordé también mis antepasados: la abuela, la madre y uno de repente se da cuenta de la importancia de los seres que ya no están con nosotros, que se han ido para siempre. Es conmovedor ese recordar tuyo y le agradezco a Armando su amabilidad al compartirlo con los amigos, con otros poetas de lejanas tierras. Vivo en Venezuela, al Sur, en Ciudad Bolívar. También tengo un Blog y una página que circula por Internet. Gracias por esas palabras que el viento nos trajo desde tu país para hacernos volver a recordar a esos seres tan queridos y que tanto amor nos dieron. Un aBrace, Teresa.

SUSURU dijo...

Querida Tere: una vez más cae una lagrimita al leer este relato que me recuerda la vida de mis abuelos, gallegos, brasileños, italianos, todos llegaron a la Argentina y ninguno volvió jamás a su tierra.
Yo me crié huérfana de abuelas y mis hijos huérfanos de bisabuelas. Añoro muchísimo el no haberlas conocido, el no poder compartir con ellas y mi deuda pendiente de conocer su terruño.
besos. Su