Autor: Rafael Morales
Kenia aparecía ante nuestros ojos como un país modelo para África por su desarrollo económico y estabilidad política, de safaris en medio de paisajes hermosos, productor de un café y té excelentes. La crisis política abierta tras el fraude electoral de diciembre cambió la imagen ofrecida por los medios de comunicación. Los ciudadanos ejemplares se transformaron de repente en negros salvajes que se mataban por divergencias étnicas. Kikuyus contra luos. Van casi 1000 muertos, entre ellos un diputado de la oposición, y unos 250.000 desplazados. Esta explicación racista esquiva lo fundamental. Ni Kenia podía ser ejemplo de progreso antes de las elecciones ni el origen de esta incipiente guerra civil tiene que ver con el choque entre etnias (aunque adopte inevitablemente esas formas en muchos casos) sino con problemas políticos y sociales pendientes.
Vamos a verlo, pero antes recordaré un precedente reciente de otro tipo igualmente inaceptable. Acusar a los chiíes de cualquier cosa forma parte de la campaña más general contra el terrorismo del mundo mundial. Los titulares dijeron lo siguiente: “Siete muertos por enfrentamientos entre el ejército de Líbano y los chiíes en un barrio de Beirut”. Sucedió que los ciudadanos del sur de Beirut estaban soportando cortes de luz, salieron a las calles para protestar por ese motivo y el ejército disparó contra ellos. Que esos libaneses respondieran a una religión o a otra resultaba completamente irrelevante. Pero no importaba, la campaña sobre la guerra de civilizaciones y el peligro islamista debe continuar sin pausas.
Kenia aparecía ante nuestros ojos como un país modelo para África por su desarrollo económico y estabilidad política, de safaris en medio de paisajes hermosos, productor de un café y té excelentes. La crisis política abierta tras el fraude electoral de diciembre cambió la imagen ofrecida por los medios de comunicación. Los ciudadanos ejemplares se transformaron de repente en negros salvajes que se mataban por divergencias étnicas. Kikuyus contra luos. Van casi 1000 muertos, entre ellos un diputado de la oposición, y unos 250.000 desplazados. Esta explicación racista esquiva lo fundamental. Ni Kenia podía ser ejemplo de progreso antes de las elecciones ni el origen de esta incipiente guerra civil tiene que ver con el choque entre etnias (aunque adopte inevitablemente esas formas en muchos casos) sino con problemas políticos y sociales pendientes.
Vamos a verlo, pero antes recordaré un precedente reciente de otro tipo igualmente inaceptable. Acusar a los chiíes de cualquier cosa forma parte de la campaña más general contra el terrorismo del mundo mundial. Los titulares dijeron lo siguiente: “Siete muertos por enfrentamientos entre el ejército de Líbano y los chiíes en un barrio de Beirut”. Sucedió que los ciudadanos del sur de Beirut estaban soportando cortes de luz, salieron a las calles para protestar por ese motivo y el ejército disparó contra ellos. Que esos libaneses respondieran a una religión o a otra resultaba completamente irrelevante. Pero no importaba, la campaña sobre la guerra de civilizaciones y el peligro islamista debe continuar sin pausas.
Mwai Kibaki (kikuyu) ganó las elecciones de 2002 con el apoyo de su actual contrincante Raila Odinga (luo). Aunque pertenecían a etnias distintas, se pusieron de acuerdo para gobernar bajo las consignas de lucha contra la pobreza y contra la corrupción. El luo Odinga rompió con el kikuyu Kibaki porque este último emprendió una política económica distinta a la acordada y no porque perteneciera a una etnia distinta. Aunque Estados Unidos y Europa presentaban a Kenia como paradigma de estabilidad y crecimiento, la verdad andaba por otros caminos. Kibaki perpetuó la orientación neoliberal que hizo trepar el desempleo hasta el 40% de la población activa, disparó la inflación, elevó a más de la mitad los ciudadanos con ingresos inferiores a dos dólares diarios y amplió la enfermedad social de la corrupción.
Estas tendencias hicieron que Kibaki perdiera las elecciones de diciembre a manos del partido de Odinga. El presidente saliente recurrió al pucherazo descarado, según los observadores de la Unión Europea. De hecho, la misma autoridad electoral del país terminó por reconocer que no se hacía responsable de los resultados que ella misma había emitido. Los kikuyus forman la mayoría de Kenia. De responder los ciudadanos a criterios étnicos, esa mayoría hubiera dado su confianza política a Kibaki, no se la retiraría en beneficio de un representante de los luos.
Este fraude electoral, no las divergencias entre kikuyus y luos, provocó manifestaciones masivas por la democracia. Kibaki mantuvo su intransigencia, aumentó la represión (el ejército está compuesto por todos los grupos, aunque la mayoría de los oficiales pertenezcan a los kikuyus), provocando la resistencia además de nuevas víctimas. El paradigma africano de Occidente desapareció. Los negocios y los hermosos safaris entraron en crisis. Y ahora enviaron al ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, con la idea de recomponer un consenso muy complicado entre los dos adversarios políticos, al tiempo que los medios de comunicación descubren que lo de Kenia “es cosa de negros” aunque lo digan de otra manera menos grosera. Es lo que transmiten. Dados los extremos a los que ha conducido la crisis política de Kenia, la única salida consistiría en la convocatoria de nuevas elecciones generales con la garantía de un estricto control de sus resultados. Para empezar.
Fuente: http://www.canariasahora.es/opinion/2047/