sábado, 29 de septiembre de 2007

Regalame la luna




Las finas manecillas en el reloj de pulso marcan las nueve. El mantel a cuadros sobre la rústica mesa de madera apolillada, exhibe un tulipán amarillo flotando en el agua del transparente cristal que lo contiene. Él llega puntual a la cita, se sienta y espera.

La ciudad huele a noche romántica. El viento de otoño agita los árboles, debajo una alfombra de hojas secas que se revuelven y elevan el vuelo como mariposas cuando los autos pasan a la orilla del jardín en la plaza principal.

Humeantes tazas de café y olor a panecillos recién horneados, aromatizan el entorno. A lo lejos doblando la esquina una figura femenina emite sonidos acompasados con sus zapatillas. Se acerca, ya sabe que es ella. Besando sus labios comienzan a escribir la historia de cada día, cuando después del trabajo unen sus manos siempre en la misma mesa de aquel pequeño cafe.

Siempre tulipanes, aunque un día son cálidos y otros puros; un día ocres y amarillos, otro blancos y rosados. La mesa, la cita, la hora, el café, esos no cambian. Necesitan permanecer estáticos para notar entonces que lo que cambia porque crece es el amor que se tienen.

La ciudad que aún no duerme, el reloj de Catedral anunciando las diez menos cuarto. Luciérnagas incrustadas en los matorrales recién podados como brillos de plata en las paredes de una mina.

El agua en la fuente meneándose como un vals de las olas. El pianista con suavidad moviendo los dedos mientras lee "Claro de luna " en su partitura. Parece que es la ciudad del amor, porque ellos que se aman notan en otros el mismo sentimiento.

Entonces él la mira con dulzura y le dice que le pida lo que más quiera. Ella corresponde a su mirada, sin parpadeo alguno y derramando amor por las pupilas, le contesta: - " regálame entonces la luna ".
Tere García Ahued

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