Dicen los viejos
Sandra Rodríguez Vázquez *
http://www.canariasahora.es/opinion/1560/
02 11 07
Dicen los viejos que en este país hubo una guerra...Intro de la canción Libertad sin ira (Baladés/Herrero, 1976), del grupo Jarcha
El pasado miércoles se aprobó en el Congreso la Ley “por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura”, afamada como la Ley de memoria histórica. Sin poder entrar por ahora en el debido reposado análisis de su contenido, las siempre respetables críticas y alabanzas de las que ha venido siendo objeto se argumentan, sobre todo, desde la cuestión de su necesidad y oportunidad. Para arbitrar este debate es difícil incluso convenir sobre quién sería un juez justo: quienes, de uno u otro lado, vivieron la persecución o violencia, o quienes sólo han sabido de ello como hecho histórico. Entre estos últimos, quienes tomamos conciencia de nosotros mismos ya en democracia, hemos sabido de aquella guerra civil, que afortunadamente no hemos sentido como causa directa de nuestros males y alegrías. Sin embargo, sobreviven motivos para hacernos pensar; ejercicio éste tan poco recomendado en los tiempos que corren.
Sandra Rodríguez Vázquez *
http://www.canariasahora.es/opinion/1560/
02 11 07
Dicen los viejos que en este país hubo una guerra...Intro de la canción Libertad sin ira (Baladés/Herrero, 1976), del grupo Jarcha
El pasado miércoles se aprobó en el Congreso la Ley “por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura”, afamada como la Ley de memoria histórica. Sin poder entrar por ahora en el debido reposado análisis de su contenido, las siempre respetables críticas y alabanzas de las que ha venido siendo objeto se argumentan, sobre todo, desde la cuestión de su necesidad y oportunidad. Para arbitrar este debate es difícil incluso convenir sobre quién sería un juez justo: quienes, de uno u otro lado, vivieron la persecución o violencia, o quienes sólo han sabido de ello como hecho histórico. Entre estos últimos, quienes tomamos conciencia de nosotros mismos ya en democracia, hemos sabido de aquella guerra civil, que afortunadamente no hemos sentido como causa directa de nuestros males y alegrías. Sin embargo, sobreviven motivos para hacernos pensar; ejercicio éste tan poco recomendado en los tiempos que corren.
Se observa que todavía hay quienes con pasión y emoción siguen reclamando la rehabilitación, propia o de los suyos, condenados como delincuentes por sus contrarios; hay quienes con los mismos sentimientos no han dejado de recordar a sus víctimas de cualquiera de los bandos por las crueldades padecidas que ni siquiera un escenario de guerra puede justificar, sobre todo por quienes tampoco aceptamos justificar guerra alguna. Pues ninguno quiere conformarse con la razón de la irracionalidad de las guerras y la cataplasma del olvido.
Y se hacen oír en el silencio que quieren imponer los que recomiendan reducir esa memoria al ámbito de lo privado, mientras por doquier señorean para los vencedores símbolos y homenajes, en nombres de avenidas y calles, monumentos, honores personales y familiares, pazos y negocios.
Como digo, pensando, sobre aquéllo tan lejano y ésto tan próximo, se cae en la cuenta que quizás el lenguaje también tuvo vencedores y vencidos. Un golpe de Estado militar contra el poder democráticamente instituido, se convirtió, hasta para los historiadores menos parciales, en una guerra civil; con la consiguiente equiparación de los dos bandos a los que fueron arrastrados a enfrentarse, queriéndolo o no, cuantos aquí convivían. Fue fácil entonces encontrar poderosas razones para los excesos, la crueldad y la deshumanización, cuyas cuentas frecuentemente se quieren confundir con la razón primera de los unos y de los otros: la fuerza de las armas o la debilidad de la democracia.
Esa desgracia histórica no puede ser cerrada con el olvido; ni siquiera con el perdón absoluto. Sería éste un pilar de barro para el futuro de todos. En democracia nos venimos acostumbrando a que las contiendas se resuelvan con la justicia humana, ya que la justicia divina no nos revela sus verdaderos arreglos. Parece que quienes siguen reclamando aquélla, la humana, se conformarían con que se les aplique a los inocentes que como delincuentes fueron condenados; aunque, de momento, sólo se les ofrece desprender del indebido honor a quienes aunque delincuentes fueron honrados. Seguramente, con la aplicación de esta justicia humana, la mirada de todos al futuro sea completamente limpia, tranquila y sin rencor*
Sandra Rodríguez Vázquez es abogada y miembro de la Ejecutiva Regional del PSC
1 comentario:
No estoy deacuerdo en ciertas cosas de estas ideas y no se ciñe ni a la historia ni a la realidad.
Si me ha gustado el blog y las buenas ideas que reflejáis.
Un saludo.Transformacion1
Publicar un comentario