He estado fuera un tiempo. Un tiempo pequeño y ligero como el salto de una flor sembrada. Una vuelta pedestre al calendario, un corredías que me ha llevado los brazos y las piernas a su antojo, como si fuera una marioneta vieja, si, vieja como la indumentaria del azar.
He estado fuera del alcance de mis propios brazos, allí donde la memoria se alza como una nube de tormenta o se pierde como un túnel de bolsillo en mitad de la madrugada.
Me fui sin lluvia, acomodado en los algodones de un sol de verano, y volver era la levadura creciente de mis intenciones. Pero aún estoy en el camino de vuelta, camino de otoño y lluvia, largo y tortuoso camino que me empapa los sentidos con sus paredes borrascosas.
Si no llegara antes de lo que yo quisiera, encendedme los faroles de la entrada y despertadme con el leve viento de la alborada, que así creceré entre el calor de vuestro abrazo y la irisada caricia de vuestra mirada.
Y si volver fuera una esperanza vacía, un espejo roto, abridme una brecha en el recuerdo, un pasillo largo y un cielo ancho para correr y alcanzar la invisibilidad.
Pedro Pablo Díaz Espadas
He estado fuera del alcance de mis propios brazos, allí donde la memoria se alza como una nube de tormenta o se pierde como un túnel de bolsillo en mitad de la madrugada.
Me fui sin lluvia, acomodado en los algodones de un sol de verano, y volver era la levadura creciente de mis intenciones. Pero aún estoy en el camino de vuelta, camino de otoño y lluvia, largo y tortuoso camino que me empapa los sentidos con sus paredes borrascosas.
Si no llegara antes de lo que yo quisiera, encendedme los faroles de la entrada y despertadme con el leve viento de la alborada, que así creceré entre el calor de vuestro abrazo y la irisada caricia de vuestra mirada.
Y si volver fuera una esperanza vacía, un espejo roto, abridme una brecha en el recuerdo, un pasillo largo y un cielo ancho para correr y alcanzar la invisibilidad.
Pedro Pablo Díaz Espadas